10.12.10

Sin título Nº1 (O el temblor de las piernas)






Hoy te escribo por primera vez. Te preguntas aún quién soy, qué pienso y qué hago. Aunque la mayoría de todo lo sabes ya, lo quiera yo o no. Creo que te preguntas también por qué parezco ausente, por qué no miro cuando debo y por qué no acierto a encontrarte aunque quiera. Y yo me digo lo mismo de ti. Sobre todo, te preguntas por qué mis pensamientos divagan siempre en el pasado, hablando en sueños de recuerdos casi olvidados, de latidos incoherentes hoy y fuertes ayer. Me rasco los sesos si tengo que pensar en tu silueta vacía apabullando y saliéndome al encuentro. Sí, frunzo el ceño y entorno los ojos, despacio, y te saco una foto, para luego, simplemente, recrearme. Tú, por lo visto, haces lo mismo. En ese lapso de tiempo entre lucidez y cordura, ese negro tiempo loco, pienso de nuevo en ti, y otra vez. Y me decía antes: “la próxima vez”. Mientras, casi cerraba los ojos con una sonrisa debajo. Y como siempre, a la luz del día, con los pies sobre el césped húmedo, me repetía “sólo dos pasos más cerca”. Pero desaparecías antes de mandar un estímulo eléctrico desde mi cerebro a mi pantorrilla temblorosa. Oh, qué patética. Y me volvía a rascar los sesos. Cada día amanecía con una nube negra encima, a pesar del sol ocasional. Hasta que te veía correr, cargado, silencioso, tranquilo, andando o relajado. Hasta que te veía. Y culpaba a las hormonas primitivescas de mi desgracia y estupidez humanas. Sería demasiado manido, y cierto como que existo, decir que nunca me ha pasado nada parecido.  Lo que sería vanidoso, en cierto sentido, es suponer que tú sientes lo mismo.

Aunque ahora sé que me estás leyendo.






Picture: Holocaust Memorial, by Gordon Chambers

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