6.10.09

The Beauty and our Beasts. (Parte III) The Killer Tequila


"Está sentada en un taburete desvencijado. Mira, supuestamente, a la nada más infinita de todas: la suya. El vacío la hace sucumbir a un catatonismo impoluto de estímulos. Precisamente eso hace que su mente perciba todo como si no perteneciera al propio mundo del que salieron sus células primigenias. A tres mil metros de la superficie terrícola se vive bien.
El sofá tuvo mejor vida en otro tiempo. Sábanas blancas, que ayer sirvieron de escenario para fantasías, se encuentran hoy manchadas del presente. El mundo mancha, no nos engañemos. La boca pide aire, entreabierta y deshidratada como un vasto desierto. Una palidez perlada cubre el cuerpo tendido, dispuesto de forma grotesca. No hay brillo en los ojos. A tres mil metros de la conciencia no hay luz. ¿Para qué? El lienzo ha sido comprado en una tienda cara, de aquellas en las que los sedíceos artistas encuentran todo lo que quieren para expresarse a sus anchas, y más. Todo huele a linóleo y desventura. Aguarrás en el tuétano.

La luz entra a raudales, aunque se marchite mormóreamente, a medida que camina por la habitación. Hay un ligero toque teja en el suelo. Colores que miran de soslayo su propia obra. Los botes de pintura se confunden con sustancias cristalinas; los primeros se secan, las segundas siguen tan líquidas como vivas. Vivas a costa de dejar sin sangre. Sangre en las venas.

Los párpados se cierran y abren inconscientes del movimiento y del todo.
Sólo queda un personaje ajeno a la escena: el lienzo sigue en blanco.



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