6.8.10

The Beauty and our Beasts - Parte VI - Azúcar



Los pasos inundan la estancia. Nunca unos tacones de aguja de una joven habían molestado tanto al vecino del quinto, que trata de olvidar su sinsabor rutinario con los pies encima del sofá apuntando a una caja de imágenes hipnóticas. Su perro, mientras, estira su hocico hasta más allá de las celdas del balcón, hacia una mano extendida con un trozo de chocolate encima. La pequeña extremidad pertenece al niño de la señora gorda que lo reprende por tentar a un animal casi ciego con el chocolate que tanto le costó comprar porque valía dos euros cincuenta. Un euro cincuenta más que en la tienda de la Mary, justo debajo de dicho balcón, que tiene las cosas a muy buen precio a pesar de llevar siempre una cara de acelga que hace rechinar hasta las dentaduras postizas, y de tener que cerrar los sábados por visitar a su hija enferma al otro lado de la gran urbe que es Madrid, o París, o Buenos Aires. Qué más dará. El caso es que tiene el chocolate a muy buen precio, y la butifarra ya que estamos. Pero la niña, enferma, tenía un mozo, de esos que llevan flores, de los que escasean, y en cuanto supo que seis meses, no más, no recambió las flores. Seis meses de vida. Y no volvió. Ni adiós. Desde entonces siempre se preguntó la gente del barrio por qué a Mary le empezaron a ir tan bien las cuentas en la tienda. Ella no soltaba prenda. Hasta que supo que la la joven del sexto, la que siempre llevaba tacones de aguja incluso para ir al mercadillo los domingos, era muy amiga de su niña. La muchacha siempre compraba el café en la tienda de Mary. Pero no preguntaba por nada. Nunca dirigía una mirada indiscreta, inquisitiva, inapropiada. Nunca hablaba más que para pedir la cuenta, para decir si tenía suelto o si pagaba con tarjeta. Hasta que un día su curiosidad venció al protocolo habitual.

- Van bien las ventas, ¿verdad?

Mary escrutó a la joven tras las gafas de pasta transparente.

-Lo normal, chiquilla. - Mientras, se oía el ruido de la caja.

-Me pregunto cuál es su secreto...

Sólo era curiosidad inocente, nada que se pareciera al chismorreo habitual. Más de veinte años separaban a sus generaciones. Mary decidió hacerle un favor que nunca olvidaría.

-Es por los detalles, pequeña. El café, el azúcar y el chocolate. Ya sabes. Cosas del día a día, quizá. Pero importantes. Ayudo a la gente a que compre bombones. Las flores están en el mismo pasillo. Al lado, las felicitaciones. Mira, niña, los jóvenes de ahora tenéis de todo para hablar, pero las palabras no tienen nada que hacer con los detalles. Es mi filosofía.

La joven asimilaba sus palabras sin inmutarse.

-¿Y qué pasa si falta el resto?

Otra pregunta inocente. Doliente. A Mary le atravesó el cerebro como un puñal. Era, simplemente, lo que menos quería oír. Era su tabú.

-Perdóneme... la he molestado. No era mi intención. Muchas gracias por todo.

La joven empezó a caminar haciendo su característico ruido.

-Espera.

La chica se volvió.

-Tú me tienes que contar por qué siempre llevas tacones, niña.

La chica sonrió.

-Pregúntele a su hija.




Picture: Seattle Fish Market by Fabrice Muller

2 comentarios:

Davinia Martínez dijo...

Eres muy buena, niña!
Me encanta!
Los pequeños detalles son importantes.

:)

Sara Labalestra dijo...

Gracias, Dav! No sabes cómo me alegra...
Son muy importantes... siempre que exista un buen motivo ^^