Dejaré que las palabras hablen por el orgullo que significó dejar de dirigirte la palabra. Y por hacerlo a alguien de quien no conozco ni el tipo de gas que respira. No puedo expresar con un par de sintaxis el caos en el que cada neurona que tengo se ahoga cada día, cada hora. Cada instante insignificante en el que tú ya no respondes a los impulsos de tu motor corporal. Una vez… demostraste tener valor. Sé cuanto tiempo has estado repitiendo para tus adentros las mismas frases que me decías. Hazme saber ahora si las usaste alguna vez para otra. Ella no tiene la culpa. Me lo intento aprender, como una tabla de multiplicar para una niña de 6 años. Ella no tiene la culpa de tu cruz. Sin embargo, no te puedo imaginar siguiendo su cabellera dorada por cada calle desconocida. Estoy segura de que piensas igual que yo. Tiene que quedarte algún tipo de voz interior, por pequeña que pueda ser. No creo en la perdición total. No creo en tu meta. No creo que te haga feliz. Da igual que lo intente gritar con mil estallidos. No harás caso. Si un niño se pierde con alguien al que quiere en el bosque de abedules, no tiene por qué llorar. No tiene por qué recordar la luz del sol. No tiene por qué gritar desconsolado.
Quizá tuve que haberte reprochado cada desliz. Pero no los vi como tal. No diré que fue fácil esperarte, y no te confundas; no me arrepiento de ello. Y también supe… desde aquella fría noche de verano, que no sería algo que respetaras. Es algo irrelevante. Las nubes, el brillante césped bajo tu toalla, melodías nuevas que te sobrecogían, bailes para dos, un sofá y una pareja de copas de vino… y el decirme que nunca te cansarías de correr a mi lado. Mi falta de sonrisa se convertía en la nueva meta del día: “hagamos que esas perlas brillen”. Lo lograste con tres sílabas en mi oreja derecha, en un bus abarrotado de salitre y arena.
Empecé a amar las tormentas. Empecé a enorgullecerme cuando alguien decía que era su heroína por no poder coger tu mano. Empecé a planear nuevos días contigo y sin ti. Ya formabas parte de la rutina existencial. Y sin embargo… sólo te reprocho una cosa. No haberte despedido.
(Se me quedan palabras pegadas al bolígrafo, aunque no creo que eso te importe un día como hoy).
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2 comentarios:
Triste pero reparador.
Los esquemas griegos se representan en la realidad, pero la singularidad reside en los actores empapelados, que lo interpretan, que lo representan, y lloran junto con su personaje.
Siéntome pues marioneta de mis emociones.
En mi identificación con la remitente discierne su particular sabor amargo. Una vez me dio por vomitar ideas y acabé en el psiquiátrico de regazos compasivos por anorexia sensitiva.
Las bucólicas son sólo comedia, aunque pocos comparten su sentido del humor.
A mi entender, alguien no merece compasión.
¡Que no redima la escritora! ¡Que desaparezca la anónima dorada!
Que no fenezca la poesía, y que se alegre de seguir viva.
Has dado en la clave. Uso esto como una venda para tapar una herida abierta aún. Escuece (¿se cura?). La anorexia sensitiva... en ocasiones me gustaría padecer esa extraña enfermedad. es casi animalesca, benigna para la hipersensibilidad.
Aunque a mi entender el "sentir" es el fondo de la vivencia. La ausencia de escalofríos sería algo comparable a una pequeña muerte.
Oh, y la compasión... ¿se puede aborrecerla tanto?
No sabes cuánto me has ayudado con tus exclamaciones :)
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