25.2.10
Vocación (o de por qué la niña buena decidió mentir)
Todo empezó un día cualquiera. Frase manida. Pero cualquiera en el sentido relacionado con la indiferencia. No me acuerdo ni de la fecha ni de la hora. Sólo de la sensación. Había un sopor espeso en toda el aula, propiciado por un día nublado y soleado a ratos, con un calor tórrido y húmedo cercano a la salitre de la costa. Clase de religión. Modorra garantizada. Y tontera, mucha risa floja y sin sentido. El tema de las próximas semanas: cómo los medios de comunicación manipulan el pensamiento de la masa. Yo (no me preguntéis por qué) comencé a pensar en las bondades de una sociedad comunista. Y también (perdonad mis por aquellos días 17 años recién cumplidos) en Capitán América pegándole un gancho de izquierda a Stalin. Go Capitalism! Mientras mi mente divagaba por viñetas ficticias, nuestro profesor (ex-cura y ex-hippy peludo simpatiquísimo) nos mostraba un librito con una etiqueta y un código de barras como portada. "13,99 euros". No era el precio... sino el título, aunque la aclaración no sirva de mucho para los pocos entendidos que me puedan (o tan sólo quieran) leerme. Bueno, yo me esforzaba con creces para apartar al colororido capitán de mi cabezota y prestar atención. El libro es una novela autobiográfica de un ex-publicista francés, de esos que tienen en su vestidor 30 modelos de prada como fondo de armario. Puso en tela de juicio la moral sobre la publicidad y lo despidieron por ello. ¿Y a él qué más le daba? Ya estaba más que forrado en billetes de 500 (todavía hoy no he visto ninguno de verdad, lo prometo ¿será un mito?).
Hacía ya bastante rato que me quedé mirando a un libro gordísimo, azul y con pinta de haber sido leído y manchado de comida (vuelvo a mencionar el pasado de mi profesor). Por fin llegó el momento de dejar al publicista desertor de lado cuando nos mostró la que sería mi llamada profesional. Las letras del título estaban hechas de fieltro blanco, mientras que la portada era un fondo que simulaba la tela de una camiseta muy gruesa. Diseños, dibujos, fotografías en alta definición con mensajes impactantes y en ocasiones sutilmente intrusivos. Me enamoré de un libro: Advertising Now! Print. Manda narices. Desde ese instante en el que me di cuenta de lo mucho que me hubiera gustado hacer todas y cada una de las imagenes publicadas (a excepción de algunas demasiado... hornies), noté cómo el pecho se me hinchaba, como si tuviera la certeza de querer y tener que dedicarme a eso. Publicidad.
Quise ser periodista desde los cinco años. Me desencanté al escuchar a la prensa rosa amarillista tarde tras tarde. No se puede pretender ser objetivo y ser periodista. Decidí entonces hacer las cosas bien: si hay que mentir, al menos que sea por una buena remuneración.
Ya lo dijo Frédéric Beigbeder: todos los publicistas iremos al infierno.
Amén.
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