17.11.10

El Escapista




Me la puedo imaginar diciendo qué chica más tonta, delante de ti, mientras dice que no con la cabeza. Y tú, te imagino abrumado, con los ojos abiertos en exclamación, siguiendo sus finas hebras doradas mientras se mueven más allá de su cuello. Imagino tu resignación ante la caída de la venda hormonal. Ante la evidencia y ante cómo alguien tan frío puede despertar en ti una llamarada. Te imagino perturbado, entre las sábanas, desnudo frente a una ventana sin visillos, ante un aire gélido contenido que no puede combatir contra tu fuego. Imagino lágrimas. Seamos sinceros. Imagino cómo lloras cuando nadie contempla tu mirada insondable. Imagino tu pesadumbre, tu desazón, tu gris opaco. Imagino también tu querida perdición, tu musa y tu música. Veo tus dedos afilados intentando moverse en rictus. Las noches solitarias en tu habitación roja. Y el mismo color de tus copas de vino. Llenabas dos y bebías una, esperando un milagro. Luego dejaste de esperar. El oro brilla mucho, decías. Claro que brilla, y la plata mata a los seres de la noche. Sentías también la rabia, que se instalaba como una fina pátina en tu persona. El temor de perder algo que ya dabas por perdido. También escribías mensajes, menos a menudo de lo que pensabas en sus remitentes. Las cartas llegaban con un sabor agridulce… luego, sólo amargo.
Todo era un espejo de ti, en eso fuiste honesto.

Tan sólo fue error mío no interpretarte.






Image: Lilac Wine, by Julie

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